21 de septiembre de 2020, Magyar Nemzet
Prefacio a la temporada política de otoño
Se ha cancelado la universidad de verano de Băile Tușnad. Se ha cancelado el congreso del partido en Kötcse. Se ha cancelado la conferencia “Tránsito”. Hay epidemia. El virus ha diezmado incluso las reuniones de verano de los talleres del pensamiento político, mientras que se tiene mucho que reflexionar y discutir; cosa que sería difícil hacer en medio del alboroto del Parlamento y en el marco de la comunicación moderna de diálogos cortos. Nos queda, pues, en vez del habla, la escritura, y, en vez del discurso, el ensayo.
Iliberal, cristianodemócrata, conservador, liberal
La lucha que lanzamos hace años en Băile Tușnad por la soberanía espiritual y por la libertad intelectual paulatinamente está dando sus frutos. La rebelión contra la corrección política, contra los preceptos de la doctrina, modos de expresión y estilo liberaluchos, corre por un cauce ensanchado. Cada vez más gente muestra mayor valentía para romper las asfixiantes cadenas que supone el único modo correcto de hablar, la única idea correcta de la democracia y la única interpretación correcta de Europa y Occidente. El propio intento de escape no es simple y conlleva un alto riesgo de castigo: expulsión de la vida académica, pérdida de empleo, estigmatización, humillaciones universitarias, por poner algunos ejemplos casi cotidianos. Pero aunque logremos esquivar las patrullas regulares de los guardafronteras liberaluchos bien pagados, tenemos que superar los reflejos enraizados, hasta del público más bienintencionado. Por muy refinada que sea la argumentación, el elogio del nacionalismo, aunque lo exprese el catedrático Hazony de Jerusalén, les revuelve el estómago a los alemanes. Y por muy suave que sea nuestro tono de hablar sobre la democracia iliberal, el término hiere el oído alemán y anglosajón. Por ahora.
Al mismo tiempo, el cauce de la rebelión contra la opresión intelectual liberal no solo se está ensanchando, sino también ahondando. Hay cada vez más ensayos convincentes, estudios profundos y monografías indispensables. Y aunque no se admita en la burbuja bruselense, ya vemos que el emperador va desnudo. La doctrina de «La democracia solo puede ser liberal», el intocable ídolo, el gran fetiche, se ha derribado. Solo nos queda esperar a que se deposite la polvareda revuelta, y no solo lo sabremos, sino también lo veremos. Parece que los partidos y movimientos políticos conservadores y cristianodemócratas lograrán soltarse del abrazo mortal de los liberales. Por muy alto que esté su origen, afirmaciones como «Democracia iliberal – no hay tal» se están anotando en el libro de las tonterías políticas. Por fin, los pensadores políticos conservadores han cobrado ánimos y emplean una lógica más elegante que los razonamientos matemáticos, para demostrar que el liberalismo y el conservadurismo representan los polos opuestos de la teoría política. Han revelado los fallos en los argumentos de los que desean englobar el conservadurismo bajo el liberalismo. Por decirlo suavemente, están equivocados los que afirman que la separación de poderes, las libertades cívicas y políticas, la protección de la propiedad privada y la gobernación con límites, es decir, el imperio de la ley, el estado de derecho, solo pueden imaginarse bajo los marcos intelectuales del liberalismo y solo pueden realizarse mediante la democracia liberal. Eso sí, también conocemos a húngaros que ya han resuelto este problema, pero se han dado cuenta de que es mucho más agradable recibir palmaditas en el hombro en Bruselas y afables sonrisas en señal de reconocimiento, en los tibios salones liberales, que refugiarse como ovejas negras en su ciudad natal, Budapest. A fin de cuentas, una indisposición estomacal nauseabunda no parece un precio tan grande. Pero hoy, la climatización y el mobiliario de los salones centroeuropeos, así como la elegancia de sus huéspedes, por no hablar de la cocina, están a la altura de sus homólogos occidentales. Dentro de poco, se iniciará el regreso a escondidas, tal como ocurrió en Moscú en el pasado.
La confusión actual del conservadurismo con el liberalismo se debe a que, en su gran batalla contra el totalitarismo, los conservadores y los liberales pasaron por alto sus diferencias esenciales y, por aquel entonces, obvias. Las pasaron por alto y forjaron una alianza frente a su enemigo común, una alianza contra el nazismo y el comunismo, los nazis y los comunistas. Fue una lucha larga de varios siglos, y el fuerte embrollo de las ideas, argumentos y principios básicos de los aliados solo se hizo patente cuando la alianza perdió su sentido con la caída del muro de Berlín, en el Oeste, y con la retirada de las tropas soviéticas, en el Este.
Políticos, periodistas e incluso científicos intercambian sin escrúpulos las ideas y los conceptos conservadores y liberales. Por mucho tiempo –demasiado largo–, durante casi dos decenios, pareció que no era un problema ser intelectualmente impreciso y descuidado, y que ello no haría mucho daño. Es lo que pensaban tanto los conservadores anglosajones, como los cristianodemócratas europeos. Pero ahora la situación ha cambiado. Las cosas han tomado un serio giro. Lo que antes parecía un pequeño error intelectual, una mala postura o una anomalía tolerable, hoy impide una clara visión de las cuestiones importantes. Oculta el hecho de que hoy, el liberalismo y los liberales son, una vez más, el desafío y rival más grande para los conservadores y los cristianodemócratas. Las premisas fundamentales del pensamiento cristianodemócrata y liberal son diametralmente opuestas. Los ataques liberales apuntan las cosas que, para nosotros, son las más importantes, las piedras angulares de nuestro ordenamiento político ideal, el meollo del arraigo conservador-cristianodemócrata, tales como la nación, la familia y la tradición religiosa.
Es aquí, en Europa Central, donde la política pública y estatal ha llegado a incorporar el entendimiento de que si todo sigue así, las fuerzas cristiano-conservadoras asistirán a la debilitación de las naciones, a la supresión de la tradición religiosa, así como al desprestigio y la burla de la familia. Es aquí donde se ha encendido la luz roja, es aquí donde hemos activado el freno de emergencia, y es aquí, sobre todo en Polonia y Hungría, donde hemos tocado las campanas de alarma. Es aquí donde había suficiente fuerza para rescatar del borde del abismo al Partido Popular Europeo, hogar político europeo de los cristianodemócratas y conservadores. Es aquí donde había suficiente instinto de supervivencia y voz para manisfestar que no debemos arriesgar el futuro de la democracia cristiana europea, ni siquiera en aras de la demanda alemana, por muy lógica que parezca, de que los partidos de coalición de Bruselas reproduzcan el modelo de Berlín, porque esta sería la manera más fácil de crear armonía entre los dos centros de poder.
En este sentido, si los cristianodemócratas entran en coalición con la izquierda en Berlín, el PPE deberá hacer lo mismo en el Parlamento Europeo. Si tomamos este rumbo, podremos apreciar, después de las elecciones alemanas, la belleza de la coalición del PPE y de los verdes, objeto de experimento en el laboratorio de Viena.
Sin embargo, en Europa Central, la idea de este tipo de perversión provoca una rebelión, no solo respecto al buen gusto, sino también respecto al sentido común. Las diferencias entre la teoría política liberal y cristianodemócrata no solo tienen relevancia en el ámbito académico, sino que también tienen graves consecuencias prácticas en la política.
Los liberales creen –por consideraciones filosóficas originadas de Kant que ahora no vienen al cuento– que todos los países, incluso los que no son regidos como democracias liberales en la actualidad, deben ser obligados a aceptar esta forma de gobierno. En cambio, los cristianodemócratas rechazan este tipo de política exterior, porque opinan que cada sociedad guarda su cohesión y mantiene la paz de forma diferente y que, como se demostró recientemente en la primavera árabe, la democracia liberal puede conllevar al colapso y caos, causando más daño que beneficio. Por eso, cruzamos los dedos para la reelección de Donald Trump, porque conocemos bien la política exterior, basada en el imperialismo moral, de los gobiernos demócratas de los EE.UU. Es un plato que hemos probado, aunque a la fuerza. No nos gustaba, ni queremos una segunda porción.
Nuestras políticas también discrepan respecto a la cuestión conocida en Bruselas por el nombre elegante de subsidiariedad. Según los liberales, lo mejor es ceder a las organizaciones internacionales el mayor número posible de poderes de los gobiernos nacionales. Por eso, palmotean cortésmente, sus ojos se humedecen y su corazón late más rápido, toda vez que cualquier organización internacional recibe una nueva competencia o tarea y, desde luego, recursos y capacidades retributivas, porque esto supone otro impulso y reconocimiento para las ideas universales, los valores europeos y los derechos humanos universales.
Por contraste, el entusiasmo de los cristianodemócratas es moderado al respecto, porque ven que estas organizaciones son inevitablemente propensas al despotismo, tienden a llamar rule of law a lo que solo es rule of blackmail, son vulnerables a los intentos de infiltración de redes como la de György Soros, y cada vez que tienen que elegir entre los ciudadanos de una comunidad nacional y los peces gordos del capital global, al final siempre optan por los últimos. Los ciudadanos de las naciones europeas pronto se dieron cuenta de que las instituciones europeas actuales no sirven a ellos, sino a los intereses de Soros y personas semejantes. Se niegan a aceptar el embuste bruselense de que un especulador financiero enriquecido mediante el arruinamiento de otros deambula por los pasillos de Bruselas para ofrecer su abnegada ayuda a Europa.
La política liberal y su homólogo conservador también se enfrentan y hasta mantienen una lucha a vida o muerte en cuanto al asunto de la migración. Según los liberaluchos, no hay por qué tener miedo a la inmigración masiva e incluso al influjo de inmigrantes, aunque las tradiciones nacionales y religiosas de los huéspedes indeseados y las nuestras sean radicalmente diferentes y hasta opuestas. Afirman que el terrorismo, la delincuencia, el antisemitismo y el establecimiento de sociedades paralelas solo son anomalías provisionales o quizás los dolores de parto que conlleva el inminente nacimiento del «mundo feliz». Pero el bando conservador-cristianodemócrata rechaza este impredecible experimento con sociedades e individuos, porque considera que los riesgos de las crónicas tensiones interculturales y de la violencia son inaceptablemente altos. Sin ignorar las leyes matemáticas, es difícil no ver la realidad del lento, pero seguro, e incluso cada vez más rápido reemplazo de la población.
Asimismo, existen diferencias irreconciliables en la política educativa. Según los conservadores, debemos centrarnos en las características tradiciones nacionales, y el objetivo de la educación es que nuestros hijos sean patriotas capaces de transmitir nuestras tradiciones establecidas. Los cristianodemócratas incluso exigen que las escuelas confirmen la identidad sexual que el Creador determinó y confirió a los niños en el momento de su nacimiento, y que ayuden a las niñas a convertirse en mujeres derechas y respetables, así como a los niños, en hombres capaces de ofrecer seguridad y apoyo a sus familias. Las escuelas deben proteger el ideal y los valores de la familia, mantener a los menores alejados de la ideología de género y la propaganda arco iris. Los liberales consideran que esto es la oscura Edad Media, en el mejor caso, o el fascismo clerical, en el peor, al opinar que el objetivo de la educación escolar solo puede ser conducir a los niños a sí mismos, hacerlos capaces de aprovechar sus potenciales, introducirlos a las bellezas del ordenamiento político universal y, por ende, privarlos de las capas de tradición heredadas de la vida de sus tatarabuelos, bisabuelos y padres.
Los liberales también piensan y, por algún motivo místico, defienden de la manera más vehemente, que la razón universal general es suficiente para la gobernación justa y moralmente establecida, sin necesidad alguna de los valores absolutos revelados por Dios, ni de la tradición religiosa y bíblica basada en los mismos. Incluso, sostienen que es preciso construir un muro entre la Iglesia y el gobierno, así como excluir la influencia de la religión en el sector público. Los lectores húngaros apenas conocen el alcance, la intensidad y las feroces luchas de este debate que afecta a toda la civilización occidental. Creen que solo se trata del sedimento de nuestra existencia húngara o quizás de nuestra existencia como «un miserable Estado pequeño de Europa Central». Por eso, no ven y, tal vez, no saben apreciar el inquebrantable e ingenioso fundamento de nuestra Constitución nacional-cristiana, de que el Estado y la Iglesia funcionan separadamente. Con la conservación de la autonomía de Estado e Iglesia, esta Constitución busca sustituir la separación por la integración de la religión en la vida de la sociedad, al tiempo de mantener el espíritu de la tolerancia por las convicciones religiosas. Incluso, los cristianodemócratas piensan que, para reforzar la justicia, la moral pública y el bien común, existe una necesidad, quizás mayor que en cualquier momento desde hace siglos, de la religión, de las tradiciones bíblicas y de nuestras Iglesias.
La estrategia política de los liberales se basa en dividir el mundo de la política en dos partes. Por un lado, los liberales son gente honesta que acepta que cada persona honrada debe llegar a la misma convicción y conclusión política según las reglas del sentido común. Por otro lado, existen los que se han desviado del campo liberal porque, sea por ignorancia o por un atávico e instintivo odio, no saben avanzar con los tiempos y con la historia, cuyo objetivo completamente obvio es guiarnos a la felicidad ofrecida por los valores mundiales liberales, por la paz mundial y por la gobernación mundial. Por ello, desde la perspectiva liberalucha, Trump y Johnson, los cristianos que siguen el Nuevo Testamento, los judíos que siguen el Antiguo Testamento, toda clase de ayatolás, los dictadores de todo orden y rango, los comunistas y los nazis, así como, sin duda, nosotros, los cristianodemócratas centroeuropeos, pertenecemos al mismo bando. Es algo que repite como un loro el 90% de los medios del Oeste.
En cambio, los cristianodemócratas tenemos nuestro propio sistema intelectual para describir el universo de la política que, con la debida modestia, puede considerarse más inteligente que la intolerante representación del mundo liberal que predomina en la actualidad y guía a las organizaciones internacionales.
La única posibilidad para la democracia cristiana es asumir esta lucha abierta de índole intelectual y política; abandonar la prevaricación y no fingir ser un idiota que no ve ni entiende lo que está pasando a su alrededor; afianzarse y proclamar cuatro frases que son capaces de cambiar toda la política europea: Nuestros principios fundamentales nacionales y cristianos no son liberales; nacieron antes del liberalismo; están opuestos al liberalismo; el liberalismo los está destruyendo.
Europa y su lugar
En el medio del primer decenio del nuevo milenio, el 81% de toda inversión en la economía mundial provenía del Oeste, y el 18%, del Este. Hoy, una década y pico más tarde, el 58% de toda inversión procede del Este, y el 40%, del Oeste. El ritmo del progreso tecnológico es casi imposible de seguir. Europa, que prevé la competición tecnológica en el contexto de la economía civil, ya no ve ni siquiera las espaldas de los Estados Unidos y de China, implicados en la competición tecnológica en términos militares y económicos. Y por cuanto cada tecnología e innovación que ha hecho época se ha transmitido a los sistemas económicos civiles desde las investigaciones realizadas por encargo de las fuerzas armadas, Europa no puede ni presentarse a esta competición sin contar con un Ejército común de serias dimensiones.
Hace apenas veinte años, la Unión Europea anunció que, dentro de diez años, el euro rivalizaría con el dólar en la economía mundial, que crearíamos un mercado único desde Lisboa a Vladivostok, y que Europa encabezaría al mundo en el evento deportivo llamado desarrollo técnico. Estos eran los objetivos. Pasó lo que pasó. El dólar ha noqueado el euro, imponemos sanciones para desconectarnos del mercado ruso, y compramos tecnologías importantes de nuestros rivales.
La UE sentía que las cosas no iban de la manera y hacia la dirección previstas. En 2012, la Dirección General de Investigación e Innovación de la Comisión Europea notó que, en 2010, la UE había contribuido con un 29% a la producción mundial total, y predijo que esta tasa bajaría a un 15%–17% para 2050. Hoy es 2020 y esto ya ha pasado, es decir, treinta años antes de lo previsto. Por otro lado, esta excelente Dirección General predijo que, ante sus problemas demográficos, la Unión Europea respaldaría la creciente migración, especialmente desde África del Norte y del Oriente Medio. ¡Todo ello en 2012!
Según otros cálculos, el 20% de la población europea, con la excepción de Rusia, sería musulmana para 2050. Hoy día, parece probable que las grandes ciudades del Oeste tendrán una mayoría más bien musulmana para 2050.
No es sorprendente en absoluto que los países centroeuropeos hayan optado por un futuro diferente, libre de inmigración y migración. Tampoco es sorprendente que la política de los V4 se enfoque en la mejora de la competitividad, aunque Bruselas desee tomar la dirección opuesta con sus objetivos climáticos que rozan lo absurdo, una Europa social, un sistema fiscal común y una sociedad multicultural.
No es de extrañar que haya pasado lo que era previsible para el sentido común. El Oeste ha perdido su fuerza atractiva para Europa Central, y nuestra manera de organizar la vida no parece deseable para los occidentales. En los próximos años, tendremos que mantener la unión de Europa sin ver ninguna posibilidad de cambiar esta tendencia histórica. Ellos no pueden imponernos su voluntad, mientras que nosotros no podemos reorientarlos a otras direcciones espirituales, intelectuales y políticas. Incluso en este estancamiento, tenemos que encontrar un modo de cooperación, hasta que el futuro de Europa se decida en Italia: para la derecha o para la izquierda. Con la salida del Reino Unido, los que defienden la soberanía nacional, se oponen a la migración y creen en la economía basada en la competición, han sufrido una reducción en su potencial pero han logrado evitar que la intervención de Bruselas derroque al gobierno cristianodemócrata de Polonia. La derecha ha afianzado su posición para años en Croacia y Serbia, los eslovenos también van por el buen camino para lograr lo mismo, así como el partido gobernante y el primer ministro de Bulgaria, enfrentados a un fuego cruzado, tienen algunas posibilidades de supervivencia nada despreciables. Babiš y Fidesz resisten, y el nuevo gobierno eslovaco no ha abandonado el bando de los V4. El intento de implantar el régimen de rule of blackmail conocido como rule of law ha fracasado. Aunque los Países Bajos se estén alejando claramente de la Unión Europea, su posición se parece cada vez más a la del Reino Unido antes del Brexit, pero, por ahora, logramos mantenerlos dentro. También hemos logrado guardar las posibilidades de supervivencia de la Eurozona, salvar del colapso a los afligidos Estados miembros del sur, conservar el dinamismo económico de Europa Central, y todavía no nos hemos enganchado entre las ruedas de molino de la lucha global entre China y los Estados Unidos.
Tenemos que seguir por el camino de los acuerdos y avenencias, así como implementar nuestros grandiosos planes financieros y presupuestarios elaborados en verano, diga lo que diga el Parlamento Europeo. Esto es posible con tal de que los alemanes logren gestionar la sucesión de la canciller Merkel bajo una magnitud de 4 en la escala de Richter.
Virus, protección y perspectivas
La segunda oleada del virus está aquí. La estamos viviendo. Ha llegado, tal como era de esperar y como la esperábamos. Al igual que la primera, ha llegado del extranjero. Ha sido introducida a Hungría desde el extranjero. Es una pandemia y nosotros vivimos en un mundo globalizado donde cada cual recibe su parte no solo de los beneficios, sino también de los mayores desafíos como el virus. Hungría se defendió bien en primavera. Estábamos entre los 25 países más exitosos del mundo. Otros no lograron contener el virus con tanta eficacia, por lo que le dieron una posibilidad de desencadenar la epidemia.
Tenemos que defendernos una vez más. Habrá situaciones críticas, pero quien necesite el cuidado adecuado, lo recibirá. Somos capaces de proteger la salud y la vida de la gente, y lo haremos. Hemos encuestado a los húngaros a tiempo. La Consulta Nacional ha permitido que todos expongan su opinión. Lo han hecho casi dos millones de personas, y así han decidido cómo defendernos este otoño. La voluntad unánime ha sido que Hungría siga funcionando. No debemos permitir que el virus paralice nuevamente el país, la economía, las escuelas y la vida cotidiana. En este sentido, tenemos que defendernos contra el virus, protegiendo a la vez la vida de los ancianos amenazados, el funcionamiento de nuestras escuelas y parvularios, así como los centros de trabajo.
Esta táctica es diferente de la que adoptamos durante la primera oleada. Asimismo, la situación es diferente de como era en primavera. En aquel período, fue necesario cerrar todo, porque estábamos enfrentados a un enemigo desconocido. Tuvimos que ganar tiempo para preparar el sistema sanitario. Logramos hacerlo. Ganamos la primera batalla. En primavera, nivelamos la curva pandémica y así pudimos preparar el país. Hoy ya no tenemos que tener miedo a que cualquiera se quede sin cuidado adecuado, porque el sistema sanitario húngaro se ha preparado para gestionar las infecciones masivas. Ahora todo está disponible para que nos protejamos: los recursos necesarios son nuestros propios productos, ni más ni menos de lo que hace falta. Los hospitales están en preparación epidémica. Sabemos qué hospital atiende a los pacientes con el coronavirus y cuándo, y podemos enviar a médicos y enfermeros adonde se requiera. Miles de profesionales cualificados están cuidando la vida de los húngaros. Cualquiera que se enferme estará en buenas manos en los hospitales.
La nueva oleada de la pandemia exige una mayor responsabilidad a cada cual. El éxito de la defensa dependerá de si todos seguiremos las reglas. Debemos prestar especial atención a nuestros padres y abuelos ancianos. La familia está incompleta sin ellos y son irreemplazables.
Ahora les toca a nuestros expertos. Ellos saben decir cómo volver a protegernos bien y con éxito. Un sistema sanitario preparado, profesionales concienzudos, amplia cooperación. En primavera, lo logramos. En otoño, ¡lo lograremos juntos una vez más!
Según un viejo chiste del período comunista, «Sabemos qué pasará, pero ¿qué pasará hasta entonces?» Sabemos que se celebrarán elecciones en primavera de 2022. Hasta entonces, seguirá la operación de defensa. Según los virólogos optimistas, la vacuna contra el coronavirus podría ser desarrollada para la primavera de 2021. Debido al secretismo que mantienen las fábricas farmacéuticas por motivos de negocios, y a la rivaldad de las grandes potencias, un maremagno de noticias falsas causa confusión entre la gente esperanzada, y engendra especulaciones por decenas y centenares de miles de virólogos chapuceros. De hecho, los colaboradores científicos de nuestro Equipo Operativo más bien anticipan la buena noticia para el próximo año. Y cuando la vacuna esté lista, tendremos que adquirir algunas millones de dosis e iniciar la vacunación planificada de los solicitantes. Mientras tanto, tendremos que reforzar continuamente la preparación epidémica del sistema sanitario, cargado del mayor peso, mejorar el sistema de gestión, acelerar la digitalización, racionalizar las cargas administrativas, y regularizar la desordenada situación legal. Además del alza salarial del 70% pendiente para las enfermeras, tenemos que ofrecer a los médicos una remuneración revolucionaria. Todo ello durante la defensa, continuando las reestructuraciones iniciadas en primavera.
De manera similar, esperamos que el Equipo Operativo Económico adopte medidas económicas capaces de proteger los puestos de trabajo, el nivel de vida de las familias y la seguridad de las pensiones. De hecho, les exigimos más. Tendrán que cambiar la configuración del país del modo de defensa al modo de ataque. No solo queremos proteger el nivel y el estándar que Hungría ha alcanzado durante los últimos diez años, sino también asegurar que todos puedan dar un paso hacia adelante cada año después de la pandemia. Entre 2015 y 2019, el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita aumentó con un 39,65%, frente a un 13,3% en Alemania y a un 10,1% en Francia. En lo sucesivo, no deberemos conformarnos con menos. Hemos probado que somos capaces de hacerlo, y que tenemos el talento, la fuerza, la sabiduría y la voluntad. Hungría no debe refugiarse en su concha como un caracol, sino debe avanzar, fluir, aumentar y elevarse como una rapsodia de Liszt o un vino espumoso. La tarea es enorme, por lo que el ministro de Finanzas Mihály Varga será la persona menos envidiada de Hungría en 2021.
Espero que lleguemos a las elecciones de 2022 después de una exitosa defensa contra la epidemia, con un sistema sanitario fortalecido, con un aumento económico catapultado a una altura jamás antes vista, con pleno empleo, con otro boom de viviendas nuevas todavía más impresionante, y con una pensión del 13o mes, de momento en su fase de reintroducción.
Todo ello sin que nos deje en paz la izquierda, con la cual no podremos contar ni ahora, en tiempos de las mayores dificultades y de una pandemia global. Solo hay puñaladas por la espalda, difamaciones, la debilitación de las fuerzas nacionales y de la solidaridad, agresiones cobardes contra los profesionales y líderes políticos que encabezan la defensa del país, soplones y traidores en Bruselas, sabotaje y artimañas. Así es la izquierda que nos ha tocado. Es más, todo ello con el partido Jobbik, fermentándose juntos en un tarro. No se sabe si reír o llorar.
Y aunque el espectáculo sea divertido, lo que está en juego es enorme, tal como suele pasar aquí, en la cuenca de los Cárpatos. En 2022, una vez más, se tratará de nuestra libertad.
De nuevo, la misma gente
La libertad es la capacidad de decidir. La cuestión central de la historia húngara de más de 1100 años en la cuenca de los Cárpatos siempre ha sido la conservación o la recuperación de la Hungría libre e independiente. Cada día teníamos que luchar para adquirir o guardar el derecho de tomar nuestras propias decisiones. Este pensamiento prevalece en la historia húngara, y esta comunidad de libertad une a los pobladores de la cuenca de los Cárpatos.
En la actualidad, la amenaza más grande para la autodeterminación nacional es la red que proclama una sociedad abierta global y que busca suprimir los marcos nacionales. Los objetivos de la red de György Soros, dotada de ilimitados recursos financieros y humanos, están claros: crear sociedades abiertas de etnias mixtas con la aceleración de la migración, desmontar la toma de decisiones nacionales y pasarla a manos de la elite global.
Es contra todo ello y con el propósito de reforzar los marcos nacionales que surgió la resistencia nacional en Europa, a comienzos de 2010, de la cual Hungría es una fuerza considerable desde los inicios. El cambio de gobierno de 2010 y la revolución constitucional permitieron desmontar los marcos y estructuras que servían a los intereses de la elite liberal y de la elite colonizadora global. Con esta finalidad, se aprobó la nueva Ley Fundamental, un alto número de normas legales y medidas heterodoxas. La política nacional rompió con la estrecha gobernación elitista e ideológicamente motivada, y dio pasos concordantes con la voluntad de la sociedad para establecer el nuevo ordenamiento político. Su fundamento es la libertad, es decir, la capacidad de la toma de decisiones independiente.
La lucha entre la elite global y la resistencia nacional no se ha acabado. Se ve claramente que la elite global no se conforma con el enraizamiento de una política contraria a sus intereses en Europa Central.
Vimos lo que ocurrió en la campaña de las elecciones presidenciales de Polonia. En primavera, parecía que la izquierda polaca estaba en ruinas y que sus infinitos debates privarían a su candidato de toda posibilidad de vencer. No fue así. Respaldado por la red de Soros, la elite de Bruselas y los medios internacionales, el candidato de la izquierda desafió al bando nacional a una gran lucha durante algunas semanas. Finalmente, Andrzej Duda apenas pudo derrotar a su rival de izquierdas en una lucha reñida.
No vale engañarnos: la elite global adoptará la misma estrategia en Hungría en la campaña electoral de 2022.
Su herramienta es la izquierda reiteradamente fracasada. Su líder es Ferenc Gyurcsány, su organización juvenil es Momentum, y su patrocinador billonario es György Soros. Son las fuerzas del pasado, que una vez ya han arruinado el país.
Aunque existan logotipos de partidos en el bando de la oposición, y a veces se escuchen broncas desde sus filas, en realidad ya no existen partidos dotados de su propia voluntad. El trabajo está consumado: desde Jobbik hasta LMP, todos se han molido y usado como relleno para el chorizo. Las comunidades que, antes, tenían sus identidades independientes, han sido sustituidas por el frente popular de izquierdas al servicio de la red de Soros.
Están preparándose para una batalla decisiva en 2022. A sus espaldas estarán los medios internacionales, los burócratas de Bruselas y las ONG disfradas civilmente. Sin duda, harán todo por el poder y el dinero. Es hora de que nosotros también aunamos nuestras fuerzas. Después de los difíciles años de gobernierno, deberemos regresar al campo de batalla electoral. Es hora de que recojamos nuestro equipamiento y de que montemos a caballo en el momento oportuno. Nos espera una gran batalla en 2022. Preparaos.